viernes, 1 de abril de 2011

ANTECEDENTES HISTÓRICOS

ANTECEDENTES HISTÓRICOS


LA HISTORIA DEL JUEGO EN EL MUNDO OCCIDENTAL
       
Con el fin de comprender los diferentes enfoques teóricos acerca del significado del juego en el desarrollo infantil, y para apreciar las actitudes actuales hacia el juego, es importante conocer algunos antecedentes acerca de la historia de los conceptos de la infancia, no sólo en este país, sino en todo el mundo occidental. Ahora daremos un vistazo breve a la infancia en su contexto histórico, con énfasis especial en las actitudes de los adultos hacia el juego infantil.


DESDE LOS TIEMPOS ANCESTRALES HASTA LA EDAD MEDIA
           
Durante 1000 años a. C., la historia registrada de todas las principales  culturas del mundo mediterráneo oriental indica un enfoque bastante similar en torno a la infancia.
Los niños nunca fueron vistos de manera idealizada y romántica, como sucede en la actualidad; no eran considerados inocentes o puros por naturaleza. Sin embargo, se les considera indefensos, incapaces de dirigir sus propios asuntos y con necesidades especiales, incluyendo el deseo y la necesidad de jugar.
El juego formaba una parte incomprensible y aceptable en la vida de los niños. Por ejemplo, en las pinturas de los antiguos muros egipcios se observaban niños que jugaban con pelotas y muñecas, y que saltan la cuerda.[1]
Los niños de la antigua Grecia, eran considerados juguetones por naturaleza, el juego era permitido e incluso fomentado. También, los niños eran vistos como más inmaduros, indisciplinados, indefensos, temerosos, alegres y afectuosos que los adultos. Si bien la infancia y las actividades infantiles se apreciaban, la función del adulto era guiar con amabilidad al niño para convertirlo en un ciudadano útil y responsable.[2]
La naturaleza gentil y respetuosa de esta guía se ilustra mediante los escritos del filósofo Platón. Aún, cuando escribía a los niños pequeños como “las bestias más hábiles, traviesas y desobedientes”,[3] a Platón también le preocupaba que la supervisión adulta excesiva pudiera ser dañina. Malcriar a los niños los puede tomar “aprensivos, malhumorados y fácilmente alterados por pequeñeces”, escribió, pero educar a los niños severamente los puede tornar “huraños, sin bríos, serviles e incapaces de participar en la vida doméstica y cívica”.[4] 
Aunque quizá menos gentiles en sus técnicas acerca de la orientación infantil, los antiguos romanos compartían la idea de que los griegos respecto de los niños, considerándolos afectuosos, alegres y juguetones, pero pensaban que los niños necesitaban disciplina balanceada con efecto.[5]
La naturaleza especial de la infancia continuó reconociéndose en el mundo occidental a través de la primera etapa de la era cristiana y hasta principios de la Edad Media, aproximadamente 12 siglos después, del nacimiento de Cristo. El primer enfoque cristiano era que el niño es importante para Dios, tiene un alma, y por tanto, no debe de recibir maltrato por parte de los adultos. Efectivamente, la Iglesia desempeñaba un papel especial en el fomento del bienestar de los niños.
Aunque, en la Edad Media, los niños no se encontraban protegidos de los contrata tiempos y las realidades de la vida (como sucede a menudo en la actualidad), tampoco eran considerados versiones miniatura de los adultos, y las actividades especiales de la infancia, incluso el juego, continuando siendo tanto aceptables como apropiadas.[6]


ENFOQUE DEL RENACIMIENTO
           
Las actitudes negativas en torno a los niños, y acerca de su necesidad de desarrollar actividades especiales, comenzaron a surgir en Europa durante el periodo conocido como el Renacimiento (1300 – 1600 a. C.). Aunque, el Renacimiento es reconocido en general como uno de los periodos más creativos de la historia europea, una era de apertura a nuevas ideas en todas las áreas de las artes y las ciencias, por lo visto los niños no se beneficiaron de esta apertura mental. Por ejemplo, era una práctica común colocar  a los niños bajo la custodia de una nana o una sucesión de nanas, quienes visualizaban sus funciones de cuidadoras sólo en términos financieros. Se consideraba que los niños tenían poca importancia en comparación con los adultos y se decía que carecían de fuerza, ingenio y astucia. Con frecuencia eran el objeto de chistes y se les colocaba en la misma categoría que los tontos y las personas seniles. [7] Una frase común era: “Quien mira a un niño no ve nada”.[8]
Todas las diferencias entre el mundo de la infancia y aquel de la edad adulta desaparecieron, al parecer, durante el Renacimiento. Los niños eran incorporados al mundo laboral tan pronto como eran razonable, porque el ocio era considerado tanto pecaminoso como infructuoso.[9] Sólo las familias pudientes enviaban a sus hijos a la escuela, y este no era un plan agradable para ellos; ahí pasarían largas horas bajo el cuidado de maestros severos e insensibles. No obstante, parece que también tenían suficiente tiempo para el juego, y mucho de lo que actualmente denominaríamos actividades de juego infantil, pueden observarse en las pinturas que exhiben escenas de la vida cotidiana en la Europa del Renacimiento.
Sin embargo, no sólo vemos jugar a los niños. Dado que no había distinción alguna entre el mundo de los niños y aquel de los adultos, personas de todas las edades jugaban los mismos juegos y cantaban las mismas canciones infantiles. De hecho, las únicas canciones infantiles reales eran aquellas compuestas específicamente para los niños; y los cantos que le correspondían al mundo infantil eran las canciones de cuna (Tucker, 1974). Los acertijos normalmente eran creados por adultos y para adultos, y muchos cantos populares que nos han sido legados de aquella época eran cantados en un principio por adultos y contenían a menudo interesantes mensajes sociales y políticos.
Durante el Renacimiento, nació la industria del juguete, al sur de Alemania. Juguetes como papalotes y trompos que se habían visto durante la Edad Media, eran elaborados totalmente en casa. También, se contaba con soldados de plomo, muñecas elaboradas de madera y animales de vidrio. Sin embargo, no debemos asumir que estos juguetes eran fabricados para los niños. La falta de distinción entre el mundo de los niños y el de los adultos se ilustra bien con el hecho de que los juguetes del Renacimiento no sólo eran elaborados con miras a ser usados por niños, sino también por adultos. De hecho, muchos juguetes de esa época, y de los siglos XVII y XVIII eran tan elaborados y delicados, que tal vez los niños ni siquiera tenían permitido tocarlos.[10]
En el siglo XVII, cuando el Renacimiento llegaba a su fin, las actitudes europeas en torno a los niños y el juego comenzaban a cambiar. Entonces surgió aquello que se describe como “la nueva conciencia de la infancia”[11][11]; empezó a considerar que los niños merecían atención y tenían necesidades de desarrollo, además de problemas diferentes de los adultos. El siglo XVII, también fue un periodo de colonización del Nuevo Mundo, y por los patrones de localización, las principales influencias sobre las actitudes estadounidenses en torno al trabajo y el juego provenían de Francia e Inglaterra.

INFLUENCIAS FRANCESAS
           
A medida que Europa emergía del Renacimiento a principios del siglo XVII, la actitud francesa hacia el juego se podría caracterizar como una de aceptación, y ésta ha continuado en cierta medida hasta la actualidad. Aunque el clero católico vio con malos ojos el juego sin incorporar el valor social del trabajo, aparentemente no tenían el poder para impedirlo (Aries, 1962).
Quizá el registro más complejo de juego infantil en la Francia del siglo XVII puede encontrarse en el diario de Jean Heroard, el médico que atendía al joven rey Luis XIII. Luis estaba lejos de ser un niño francés típico de la época. Lo que es más, el diario parece contener varias exageraciones y distorsiones destinadas a colocar el niño bajo la luz más favorable posible.[12]
En el diario de Luis XIII, nos dice mucho acerca de la actitud sostenida en el siglo XVII hacia los niños en general y hacia el juego en particular. Luis tenia molinos con los cuales podía jugar, caballos de palo y juguetes semejantes a comparación con los trompos modernos. Durante, su etapa del preescolar, jugaba pelota de la misma manera que los adultos de su época, y a los dos años de edad, tenían un pequeño tambor que podía tocar  y ya se estaba convirtiendo en un hábil bailarín. A los cuatro, le gustaba jugar cartas y disparar con una flecha y un arco, y a los seis, comenzaba a jugar ajedrez y a disfrutar de juegos de salón.
La característica más reveladora de los juegos de Luis es su similitud con los de los adultos de su época. En realidad, muchos de los compañeros de juego de Luis eran sirvientes y cortesanos adultos. Hombres y mujeres de la nobleza de todas las edades participaban en juegos que involucraban música, habilidades atléticas, juegos de mesa y juegos de salón, pues trascendiendo la edad de la infancia, no había una separación entre los juegos de los niños y de los adultos.
Los juegos de niños y de personas con deficiencias mentales, eran de naturaleza física, mientras que los adultos, al menos aquellos de la nobleza con aspiraciones a cierto grado de perfección, solo participaban en juegos que requerían habilidad e ingenio. La tendencia a considerar el trabajo y el juego como actividades separadas era cada vez mayor. El trabajo se convirtió en el centro de la vida adulta, en tanto que el juego se comenzaba a considerar como una actividad reservada para niños y para aquellos de mente infantil. No obstante, cuando menos, el juego continuó siendo tolerado en Francia, algo que no ocurría en Inglaterra, y los franceses mantenían un aprecio claro por el periodo de la infancia.
El aprecio francés por la infancia y por las actividades naturales de los niños fue caracterizado en los textos del filósofo más influyente de Francia, durante el siglo XVIII, Jean Jacques Rousseau (1712 – 1778). Rousseau expresó la filosofía del naturalismo. “Todas las creaciones de Dios son buenas”, escribió. “El hombre interviene con ellas y las toma perversas”. Los niños llegan al mundo no como organismos vacíos en espera de que las experiencias les den forma, sino como seres humanos originales ocupados por naturaleza con un plan innato para su desarrollo. El niño es más que una versión incompleta de un adulto, y los adultos deben de apreciar a los niños por lo que son. “La infancia tiene su propia manera de ver, pensar y sentir, y no hay mayor tontería que sustituirla con la nuestra”.[13]

INFLUENCIAS BRITÁNICAS
           
Igual que otros países europeos, en la Inglaterra del siglo XVII había un creciente interés en el niño como un individuo con necesidades especiales y con una visión del mundo diferente de la de los adultos. Sin embargo este enfoque ilustrado condujo a una mayor aceptación a los juegos de niños. De hecho, mientras los franceses valoraban el juego, aun cuando relegaban al reino de la infancia, el énfasis en Inglaterra durante el siglo XVII y XVIII recaía casi por completo sobre el valor del trabajo de los niños y de los adultos.
Es decir, el juego se consideraba opuesto al trabajo, por lo que era pecaminoso e irresponsable. En las palabras del teólogo John Wesley: “Aquel que juega durante la infancia, también jugará durante la edad adulta”.
Así como, Rousseau se convertirá en el filósofo más destacado de Francia, cuyas opiniones acerca de la naturaleza de los niños se aceptarían más ampliamente en Inglaterra sería John Locke (1632 – 1704). Locke representaba el pensamiento del siglo XVII, en su creencia de que cada niño era un ser humano único y valioso cuyas necesidades de desarrollo debían ser reconocidas por los adultos. No causa asombro que también representaba las ideas religiosas con las que fue educado. Hijo de padres puritanos, Locke tenía ideas acerca de la crianza infantil que eran bastantes conscientes con las perspectivas mundiales del puritanismo.
Al parecer, Locke amaba a los niños, sentía una empatía especial hacia ellos y, sin embargo, no los idealizaba ni recomendaba que los mimaran. Más bien, argumentaba que el niño requería una dirección adulta firme. Un planteamiento central de la teoría de Locke era que el organismo humano se encuentra vacío al nacer, y que de todo el conocimiento del mundo entra por los sentidos. Por consiguiente, el ambiente es de suma importancia en la formación de la dirección de la persona, y así, a partir de la infancia, los padres deben establecer los fundamentos de un carácter favorable.
Las ideas de Locke, circulaban extensamente a finales de los siglos XVII y XVIII, no sólo en Inglaterra, sino alrededor de Europa y América. Sus ideas acerca de la importancia de la firmeza, racionalidad, disciplina y educación moral fueron recibidas con entusiasmo. Si bien su filosofía mostraba más respeto por los niños como individuos que el enfoque del Renacimiento, Locke no respaldaba las técnicas naturalistas de crianza de niños. De hecho, los elementos naturales de la infancia eran aquellos que requerían corrección, y aunque no rechazaba el juego, Locke estableció claramente que el trabajo, la racionalidad y la disciplina eran los ingredientes centrales para el desarrollo óptimo del niño.
En resumen, muchos sugieren que nuestra aceptación del juego y de los niños en general, que se encontraban altamente condicionados. A Ruth Hartley (1971), una de las investigadoras y pioneras en el área, le preocupa que el juego es malinterpretado con frecuencia por los padres o incluso por los primeros educadores de la infancia, quienes lo consideran una parte natural de la infancia, pero de una parte de poco valor para el desarrollo. El psicólogo transcultural Richard Logan (1977) surgió que, aun cuando postulamos que se debe permitir a los niños jugar, inconscientemente les guardamos resentimiento por poder hacerlo mientras que nosotros los adultos debemos trabajar para ganarnos la vida. David Elking (1981, 1987) ha manifestado una preocupación  constante de que, en la actualidad, se está obligando a los niños a crecer con demasiada rapidez, y de que las actividades infantiles, como el juego, son remplazadas en etapas cada vez más tempranas con actividades trascendentes en la vida que brinda éxito educativo y ocupacional.


[1][1] French, 1997.
[2][2] French, 1997.
[3][3] Leyes, libro 7, pp. 808
[4][4] Leyes, libro 7, pp. 91
[5][5] French, 1997.
[6][6] Borstelmann, 1983.
[7][7] Tucker, 1974.
[8][8] Whiting y Whiting, 1968.
[9][9] Tucker, 1974.
[10][10] Sommerville, 1982.
[11][11] Pinchbeck y Hewitt, 1969.
[12][12] Marvick, 1974.
[13][13] Lo escribió Rousseau en Emile, su obra clásica acerca de la educación, publicada en 1762.

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